jueves, 24 de julio de 2008

Seis Obejitas: "Devuelto al Suelo"


DEVUELTO AL SUELO


Ella no dejaba de tardarse. La cita fue pactada por nosotros mismos con tiempo de anticipación. Quedamos en encontrarnos justo cuando el sol se encontrara en el cenit.
El crepúsculo no tardaría en colmar el cielo y ella aún no venía.
No iba a venir.
Yo no tenía amigos en aquel pueblo. Me había ido de vacaciones al medio de la nada. Un lugar muy frondoso y repleto de criaturas detrás de las piedras y arbustos observando cada ínfimo cambio en el bosque casi deshabitado.
Cuando mis padres me llevaron de compras al pueblo, conocí a la niña con la que debería estar atrapando mariposas en este momento. Su nombre es Dorella.
Aquel día en la juguetería, ella se irguió frente a mí con un pañuelo celeste en la mano. Estaba entregándomelo. Pero en cuanto quise tomarlo, quitó la mano y corrió como loca por todo el local. Comprendí, casi instantáneamente, que quería jugar. De modo que yo también comencé a correrla por cada rincón intentando tomar el pañuelo. Pero Dorella era muy veloz, y me llevaba dos años de diferencia. Era casi imposible que alguien como yo, que pasaba casi todo el día jugando a los videojuegos, la alcanzara algún día.
Ella, en cambio, olía a heno y oro. El modo en que hablaba, reía y se movía, eran puertas abiertas a lo más profundo de su esencia. Era la persona más transparente que jamás conocí.
Antes de partir, con mi nueva consola inalámbrica, hablé con Dorella y fue en ese momento cuando conocí su nombre, además me enteré que vivía cerca de mi casa de campo. Después de ese día, comenzamos a vernos a diario para jugar. Ella me presentó algunas niñas y niños que eran sus amigos, y entonces dejé de sentir melancolía por mi departamento en medio de la ciudad.
Pero llegó el día en que debía volver a mi vida habitual y dejar de vivir de un sueño multicolor. Volvería a ser el niño antisocial, que pasaba días y noches filosofando acerca de sí mismo, encerrado en un mundo más limitado y preciso como los videojuegos, e incluso trazando garabatos en la pared expresando los ideales de vida.
Aquella madrugada, Dorella y los demás niños, se levantaron temprano y me despidieron en la carretera. Tenía muchas ganas de llorar, pero me las contuve. Subí a la camioneta de mis padres y partí dejando atrás todo aquello tan bello, como si hubiera salido de un sueño, sentimientos tan puros que menosprecian cualquier ideal de vida. Pero se había ido. Hora de volver a la limitada realidad.

Desperté sobresaltado.
Cada vez que soñaba con mi niñez ocurrían ese tipo de cosas.
Mi nombre es Alfredo, tengo veintinueve años y once de casado.
Hace tiempo, perdí parte de mi recuerdo. Cuando regresé de la guerra, no recordaba absolutamente nada, era el cuerpo de un hombre de veintidós años que acababa de nacer de la nada. Pero tras largas sesiones de terapia, pude recuperar casi todo lo perdido. El período entre mis siete y diecisiete años jamás pudo recobrarse de ninguna forma.
Cansado de forzar mi mente en vano, decidí comenzar a soñar con esos diez años inexistentes. Simplemente creo pensamientos que, entremezclados con el inconsciente totalmente liberado al dormir, datan de ese período que estoy recuperando. Sean auténticos o simplemente deseos.
Ellana había despertado a mi lado. Mi esposa se había vuelto loca. Cuando partí en la nave con mis compañeros hacia la Luna, ella volvió a consumir alucinógenos. Mich, su primo, venía a casa a diario y se drogaban juntos cada amanecer, mediodía y crepúsculo. Todo parecía ser tan divertido... Al menos yo me habría divertido. Pero una noche decidieron conducir la nave de Mich persiguiendo el Sol. Cuando iban en camino, abrieron las puertas y se lanzaron al vacío. Increíblemente fueron rescatados al instante por Guardias Terrenales que los devolvieron a la Tierra. Pero fue demasiado tarde para Mich. Ya estaba muerto cuando llegaron al Centro de Curaciones. Ellana sobrevivió, pero con un daño irreparable en el cerebro. Sus padres cuidaron de ella hasta que yo regresé.
Ahora, ella vive en algún extraño lugar de su inconsciente, medicada todo el día, toda su vida. Es como vivir con una niña que no sabe nada acerca de nada, que prefiere una muñeca parlante a un abrazo de su esposo.
Sin embargo, no puedo dejar de quererla y mucho menos protegerla.
Ahora bien, tras despertar, se incorporó en la cama, me miró con los ojos colmados de lágrimas y se lanzó a abrazarme. Comenzó a llorar como loca.
_ ¿Tuviste pesadillas, pequeña? – le pregunté dulcemente.
Ella asintió sin calmarse ni un poco.
_ No te preocupes, Al está aquí. Voy a traerte tu leche, así estarás bien. Toma.
Le entregué su oso parlante preferido y la abandoné en la habitación.


¿Quieres jugar conmigo?
Besa mi vientre.
¿Cuántos colores hay en mis ojos?
Acababa de regresar de entrenar en el juego de realidad virtual de la sala. Ellana, se encontraba jugando con esa molesta muñeca que la ayuda a estimular los sentidos.
_ Juega conmigo ¡Juega conmigo, Al!
_ Está bien, ¿a qué quieres jugar?
Ella se irguió frente a mí con un pañuelo celeste en la mano. Estaba entregándomelo. Cuando intenté tomarlo, Ellana salió corriendo como loca. Supuse que ese era el nuevo juego, de modo que la corrí por toda la casa hasta el cansancio. Aunque eran tonterías, me gustaba mucho jugar con ella, mas allá que yo no era más que un padre o un hermano mayor para ella. Se me invadía el corazón de tristeza. La quería de vuelta.

Era de noche. Bañé a Ellana y la llevé a la cama conmigo. Me dormí acariciando su nariz.



_ ¡Hijo! ¡Al! ¡Es hora de ir al colegio! ¡Baja de una vez a desayunar!
Esa era la voz de mi madre.
Con un peso muy grande en los hombros, me puse de pie y bajé a desayunar. Cuando mi madre estaba a punto de comenzar con su discurso, prendí mis auriculares y asentía a todo lo que ella me decía.
Más tarde, en el autobús escolar, comencé a recordar de Dorella y los niños. Ellos me habían dado la bienvenida sin prejuicios. En cambio, aquí, en mi propia ciudad, nadie me habla más que para reprocharme algo. Estaba tan acostumbrado a esta vida, hasta que probé el lado dulce del mundo, aunque no halla sido más de tres días, me bastó para querer vivir así toda la vida.
No hay nada que adore más que ser niño. Me gustaría ser un adulto que viva en una casita de árbol, que tenga muñecos de acción a modo de hijos, una esposa competitiva en los videojuegos y que trabaje en una compañía de efectos especiales.
No habría más que pedirle a esta vida que me privó de tantas trivialidades y placeres que cualquiera viviría como algo convencional. Para mí eran novedades y deseos.

Una nueva mañana. Ellana durmió hasta tarde, y yo estaba por aprovechar el tiempo leyendo las noticias, pero, de pronto, sentí unas terribles ganas de dibujar garabatos en las paredes ¿Qué estaba sucediéndome? ¿Acaso estaba comenzando a vivir lo que alguna vez pude haber proyectado en mi niñez?
Como sea que halla sido, comencé con mi tarea y me ocupé personalmente de que ninguna pared de la sala de juegos quedara limpia.
Ellana había despertado y estaba observándome con los ojos brillantes de sorpresa y felicidad. Al instante, tomó un marcador y me acompañó. Así pasamos el resto de la mañana. Parecíamos un par de adultos retardados, ¿acaso no era eso lo que parecíamos? Claro que había una signif
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DENTRO DE MUY PRONTO HE DE PUBLICAR LA PARTE FINAL… ES QUE CAREZCO DE TIEMPO PARA ESCRIBIR :S

viernes, 20 de junio de 2008

Cinco Obejitas: "Apocalipsus"


APOCALIPSUS

Si me escondo tras el árbol, la niña de los mil colores viene a mí. Me pregunta por el conejo que perdió, le explico que hace tiempo que lo busco y que en el entretiempo comencé a hacer muchas cosas olvidando su partida y perdiendo el camino:

Tras el bosque se encontraba una calabaza con forma de carroza voladora, pero la carroza no volaba, sino que sólo podía descender cada vez más abajo.
Estaba seguro que el conejo no se había ido por ese lugar, pero de todos modos me subí.
Sucede.

_ Niña de los mil colores, no tengo palabras para expresar lo que sentía en el momento en que las puertas de la carroza antivuelo se cerraron. Supe decir en algún momento que me habían atado un nudo en la cabeza. En los oídos tenía auriculares y escuchaba la canción que papá me cantaba antes de dormir antaño: "Muchacho ojos de papel, a dónde vas....".
“Mis ojos, cegados por la modorra y el rocío de los pensamientos a mil. Manos y pies danzando al compás del corazón musical....

En fín, la niña de los mil colores me observaba con el semblante estéril y yo tuve que parar con esa parte de la historia. Me limité a decirle que descendí tan bajo, que no recordaba cuanto.
Pero a continuación relaté mis andanzas en la ciudad de los mudos, porque allí me dejó la calabaza antivuelo:

En ese lugar, conocí a la muchacha que me dejó todas las cicatrices que denotaba mi cuerpo y vestiduras, porque ella tenía resortes en la cabeza, resortes azabache brillantes. Pero lo que me cautivó, no fueron sus resortes, sino su manera de decir las cosas sin palabras, porque en la ciudad de los mudos nadie hablaba y la mayoría de las personas escribían, pero ella no, ella hacía, actuaba, sentía y hacía sentir.
Yo no contaba con esa cualidad. El nudo que llevaba en mi cabeza por haber aceptado descender en la calabaza no me dejaba pensar con claridad, ni mucho menos compartir pensamientos.
De todos modos ella estaba siempre conmigo y me dijo que me quería haciéndome el amor en la sombra de un día.

Con el tiempo, mi cabeza se volvió más y más libre.

En un momento tuve miedo.
Mucho miedo.
Comencé a preguntarme qué sucedería si yo volviera a mi lugar anterior... Sin perder segundos, la calabaza antivuelo me vino a buscar y me llevó de paseo, por ratos volvía y me sentía enamorado de la chica de los resortes, pero la mayoría del tiempo me la pasaba viejando con el cerebro anudado.


Cada vez veía menos y menos a mi chica.


Una noche, la calabaza antivuelo, no me dejó en la ciudad de los mudos, sino que en el abismo sin tiempo, donde pasé no se cuánto observando la nada, mi nada, con tantos viajes cerebrales que había perdido el hilo y la madeja.

La chica de los resortes estaba comenzando a cansarse de mi inestabilidad, no pude volver a alcanzarla.



Tomé la calabaza antivuelo por última vez, fui a la ciudad de los mudos y ella ya no estaba, me escribieron que se fue a vivir a los cielos colmada de dolor, el mismo que yo le había causado abandonándola.
Entonces, me levanté y salí corriendo pensando en ascender nuevamente, pero como dije en un principio, eso no era posible mediante la carroza antivuelo, porque ésta sólo transita en el inframundo.
Tuve que valerme de mis brazos y piernas para escalar por el muro interminable. Muchos cadáveres que jamás llegaron yacían a lo bajo. Pero yo lo logré. Tal fue mi convicción, que volví a donde había comenzado. Porque la única forma de salir de una de estas es volviendo a comenzar.
Apenas tuve tiempo de descansar.
Mi chica se apareció rodeada de bellezas, como auras de benevolencia infinita. Ni siquiera se detuvo a mirarme, porque ella caminaba airosa por un mundo muy distinto al mío. Su dolor parecía haberse ido, superado, acabado. Yo no existía.
En ese preciso instante quedé devastado, sin ganas ni aire. De repente, ya nadie podía verme, transitaba por un mundo paralelo y solitario. Me acostumbré al gris.
_ De repente te encontré a ti, niña de los mil colores, y ya no comprendo bien dónde estoy. ¿Será que estoy volviendo?

lunes, 12 de mayo de 2008

Cuatro Obejitas - "Rélefast del Bosque Péantir"


RÉLEFAST DEL BOSQUE PÉANTIR


En el aire hay un frío helado que me insita a escribir en este momento. Tengo una cita hoy. Realmente no se si espero a una persona o a su sombra. Según lo pactado, no llegará hasta después de que el crepúsculo llegue a su cenit, y aún faltan al menos tres horas para eso.
Creo que la ansiedad es la que me lleva a hablarle a un papel de lo que jamás me he atrevido a hablar; de aquello mismo que voy a contarles en este momento. De cómo llegué hoy aquí y por qué espero y espero.

Hace dos años, desperté en la Casa de Curaciones de un reino muy bonito. Le pregunté a una enfermera quién era yo y por qué me encontraba en aquel lugar. Ella se limitó a responderme que mi contextura física respondía a la de un joven de diecinueve años. Casi instantáneamente se retiró de la habitación, abandonándome a oscuras en aquel recinto que olía a hiervas medicinales. Yo mismo olía a heno azotado por las lluvias de la primavera.
Pasé al menos una hora analizando la habitación valiéndome de mis ojos comunes castigados por la ausencia de luz. De ese modo, únicamente, descubrí que me encontraba en la capital del Bosque Péantir. Porque reconocí la insignia que aparecía en un estandarte colgado de un clavo en la pared: Las tres hojas verdes unidas por el tallo. En verdad que me volví muy loco en ese momento, porque no comprendía cómo había deducido tal cosa, pero en el fondo – muy en el fondo- sabía con claridad y certeza que era así, que me encontraba en la capital del Bosque Péantir.
Un poco más tarde, ingresaron en la habitación un hombre y una mujer toscos y austeros de rostro que vestían telas finísimas. La verdad es que me asusté mucho al verlos.
_ Por fin haz despertado – dijo la mujer en un tono nervioso.
_ ¿Qué...? ¿Cómo...?
Antes de que pudiera terminar de formular mi frase, el hombre dio un paso adelante y me habló:
_ Escucha con atención porque jamás nadie volverá a contarte con sinceridad lo que yo. Es probable que jamás recuperes tu memoria y mi relato te será de gran ayuda.
“Mi nombre es Bólemar, y la señora que ha entrado conmigo es mi esposa Argian. Asumimos los cargos de rey y reina del Bosque Péantir – lugar en el que te encuentras- tras la caída del rey Gheller, un mes atrás.
“Nuestro pueblo había entrado en guerra con el tuyo. Pretendíamos ganar sin necesidad de ningún tipo de esfuerzo debido a que contábamos con muchos más guerreros que ustedes. Pero evidentemente nada salió como lo esperábamos. Tú eras el Jefe de tropas de nuestros contrincantes y dirigiste tan bien a tus guerreros, que setecientos de ustedes masacraron en menos de una hora a mil doscientos de los nuestros. Pero no fue sólo la estrategia que pusiste en práctica lo que los destacó, sino que tus hombres eran los más fuertes y bárbaros que jamás vi en todo mi tiempo como caballero. No tuvieron piedad ni siquiera de mujeres y niños.
La voz de Bólemar flaqueó.
Aquellas palabras ocasionaron que mi corazón se contrajera provocando una opresión en mi pecho. En aquel momento mi confusión sólo me permitía ver aquellos hechos como desalmados.
_ Nos costó mucho ganar- continuó el rey-. Realmente perdimos mucho... demasiado. Tú fuiste el único sobreviviente a aquella desafortunada guerra. Yo mismo-que no podía dejar de contemplarte inmóvil por el temor- vi cómo terminaste con la vida de treinta y siete hombres, diez mujeres y doce niños. Fuiste tú quien mató a nuestro rey. Y te alimentaste del dolor de nuestra gente hasta el último momento. Yo acabé contigo. No te maté, pero fue sólo porque esperaría a que te recuperaras para torturarte hasta que rogaras por la muerte que se te fue quitada.
Bólemar hizo una pausa. Comencé a sentir miedo. No quería ser torturado. No recordaba haber hecho nada de todo lo que se me culpaba. Y tampoco estaba seguro de ser capaz de asesinar tan despiadadamente. Sentí que la cabeza me dolía cada vez más, poco a poco.
El rey continuó:
_ He cambiado de opinión con el paso de los días. Ahora nadie va a torturarte. Desde hoy te convertirás en un arma para nuestro pueblo. Serás un secreto ante todos porque nadie comprendería mi estrategia.
“No tienes opción. Debes aceptar, de lo contrario puedo darte muerte con mi espada en este mismo momento. Y si intentaras revelarte aún después de haber aceptado, te encontraré sin esfuerzos y te torturaré como planeaba hacerlo.
“Ahora me retiraré y volveré en una hora para que puedas pensar con más detención en todo lo que he dicho.
Se marcharon.
Ellos en verdad me odiaban.
No había mucho en qué pensar. Aceptaría por el momento y más tarde pensaría en qué quisiera hacer según el paso del tiempo.
Me esforzaba frenéticamente en tratar de recordar algo, pero mi mente estaba vacía. Quizás eso comprobaba la certeza de que jamás recobraría la memoria.
Ingresó en la habitación la misma enfermera de un primer momento. Me entregó una medicina en un cuenco y me dijo que la bebiera.
Me pregunté si en verdad debería beber aquello. Anticipándose a mi respuesta, la enfermera dijo:
_ Debes beber esta medicina al menos tres veces a la semana durante un año. De modo contrario no serás capaz de pensar con la claridad que piensas en este momento.
Bebí casi al instante en que su boca se cerró después de pronunciar la última palabra. Me aterraba la idea de pensar aún con menos claridad de la que lo hacía.

Los reyes regresaron. Respondí que haría todo lo que me dijeran y que sería su instrumento.
Ellos me dijeron que descansara esa noche en la Casa de Curaciones, y que me despertarían junto a las primeras luces de la aurora para que partiera al lugar en que se me darían las instrucciones de mi primera misión.
Y así fue.
Temprano y sin nada de sueño, partí con las medicinas y las instrucciones desde la Casa de Curaciones. Tuve que llegar a una casa alejada del resto de la población valiéndome de un simple mapa improvisado. Llegué pronto, la casa estaba cerca.
El rey Bólemar estaba esperándome. Habló de mucho... Dijo que desde ese entonces mi nombre sería Rélefast y que no debía responder a ningún otro nombre jamás. Me dio una espada que, al juzgar por la empuñadura, pertenecía a los antiguos guerreros que murieron en La Batalla por Bédalin- no tengo idea de cómo recordé aquello.
Ahora bien, el rey me hizo luchar contra un par de escoltas. Los dejé sin aliento al instante. Aquel circo no fue más que para comprobar que no había perdido mi fuerza y eficiencia.
Al final, se me adjudicó una tarea: debía asesinar sin dejar rastros a tres hombres. Me entregaron los retratos para que los reconociera, y marcaron en mi mapa el lugar y la hora en el que debían morir.
Tuve que viajar tres días al norte para completar aquella misión. Con el tiempo supe que los hombres que mataba eran servidores de un importante movimiento oculto en contra del gobierno de Bólemar. Ellos querían derrocarlo, lo trataban de absolutista e inescrupuloso. Si se hubieran enterado de mi existencia ese habría sido el fin de Bólemar.
Pero eso no me interesó en lo absoluto, porque descubrí que amaba mi oficio. No tenía intenciones de dejarlo aún sabiendo que me encontraba sometido bajo las ordenes de un rey tan poco soberano. Me sentía muy complacido, en verdad.

Así pasé todo un año. Con una misión tras otra. No siempre mataba a hombres que se enfrentaban a Bólemar, a veces tenía que matar amantes, prostitutas, forajidos, o gente que no le agradaban al rey y sus servidores más cercanos.
Bólemar me dio unas vacaciones de dos semanas en gratitud con mi obra. Pero yo me la pasé matando viajeros por simple gusto. Me sentaba todos los atardeceres a un costado de los caminos y esperaba a mi víctima. Mataba unas cuatro personas por día.
Con respecto a mi pérdida de la memoria, nunca volví a recordar con exactitud nada. Ni siquiera estaba seguro de matar con tanta pasión por naturaleza propia o porque me aferraba a ser la persona que hacía mucho tiempo, en la Casa de Curaciones, me habían dicho que era. Pero eso jamás me intereso demasiado.

Un día como cualquier otro, Bólemar me citó en el mismo lugar de siempre para hablar. Me dijo que debía ocultarme en las colinas del sur hasta recibir nuevas indicaciones junto a treinta hombres que se encontrarían bajo mi servicio.
Esta vez, me entregó mucho dinero y me presentó la muchacha que me acompañaría.
En el instante en que la vi, quedé petrificado. Pasaron imágenes muy rápido por mi mente. Creí haberla visto anteriormente, su rostro se me hacía tan conocido que sentí miedo. El miedo era porque nunca hasta ese momento había recordado nada de mi pasado, como ya les he contado. Pero esta vez estaba completamente seguro de algo, yo la conocía.
Ella me miró directamente a los ojos sin poder disimular su sorpresa. Ella también me había reconocido.
Pero ese día sólo averigüé que Canna era su nombre.

A la mañana siguiente, emprendimos nuestro viaje. No nos dirigíamos la palabra. Yo no sabía cómo preguntarle nada. Su sola presencia me producía temor.
Canna era muy amable pero taciturna. Se pasaba las noches en vela mirando el cielo sólo para disimular que pensaba, porque pensaba demasiado, todo el tiempo, pero quién sabe en qué. Al juzgar por las pocas veces que la oí hablar y la manera que tenía de hacer las cosas, era una muchacha noble y no debía ser de mayor edad que yo.
No fue hasta que llegamos a la casa que nos pusimos a hablar más seriamente. Aproveché una situación en la que ella dejó de hablar con algunos de los hombres- que parecían respetarla demasiado, por cierto- para preguntarle si me conocía.
_ ¿Por qué lo dice? – preguntó ella a modo de respuesta.
Yo vacilé un momento. Me sorprendió que me mirara del modo en que lo hacía, me intimidaba, me sofocaba.
_ Por... por el modo en que me miras –respondí finalmente.
Ella se rió, pero intimidada, casi tanto como yo. Evadió mi mirada un momento para reponerse.
_ Siempre me culpan por mirar así a las personas. Siento mucho haberlo incomodado.
_ De modo que no me conoce... Sucede que su rostro se me hace muy familiar. Casi estoy seguro de conocerla.
Canna volvió su mirada fija a mi.
_ Sí – dijo ella, seriamente-. Me conoce de antes. Me alegra que lo note, por fin. Me ordenaron no decir nada hasta que usted lo afirmara.
Casi se detuvo mi corazón. No podía creer que por fin encontraba algo que me ayudara a comprenderme, a encontrar un poco de paz en mi mente.
_ Cuéntame todo, por favor- le dije con énfasis.
Ella accedió. Fuimos a fuera, al patio trasero de la casa.
_ Nos conocimos hace siete años – dijo ella con melancolía en su voz-, cuando nuestros padres nos comprometieron. No se me permite contarle nada acerca de su lugar de nacimiento ni sus padres, nada de eso, pero si puedo contarle nuestra historia. Al principio no nos acostumbrábamos a la idea de ser esposos algún día. Casi nunca nos veíamos, sólo en las clases de esgrima una vez a la semana. Yo admiraba mucho la forma en que usted manipulaba la espada, y por eso he estado perfeccionando mi técnica con el sable. Nadie podía creer que el jefe de tropas de nuestro pueblo era un jovencito de diecisiete años. Ahora que tiene veinte continúa siendo igual de bueno.
“Pero el tiempo pasaba y fuimos atrayéndonos poco a poco. El día en que me desposó ya estábamos enamorados.
Cada palabra que Canna decía repercutía intensamente en mi. Todo aquello parecía tan lejano y ajeno. De repente dejaba de ser un asesino descorazonado para convertirme en un selecto esposo enamorado de su mujer.
_ ¿Hace cuánto tiempo la desposé? – pregunté exasperado.
_ Hace cuatro años. Fue un mero acuerdo de nuestras familias, pero nosotros estábamos muy agradecidos con aquel convenio.
Canna se percató de mi rostro confundido. Entonces dijo afligida:
_ No recuerda... nada...
_ Lo siento mucho –respondí. Pero no podía engañarla.
Comencé a sentir pena por mi mismo. Ya no tenía esas ganas irreprimibles de matar, hasta quería llorar. No podía ser que halla perdido mi vida junto a mi memoria. Todo lucía irrecuperable.
_ Hubo una vez-continuó ella- en que viajamos al norte, solos los dos. Allí di a luz a nuestro hijo: Ancaer.
Me di cuenta que la imagen que siempre tuve en mi mente era la de ella dando a luz. Por eso se me hacía familiar. ¡Acababa de recordarlo claramente! Aunque fuera por apenas una milésima de segundo.
_ ¡Recuerdo eso! – exclamé con alborozo - ¡Lo recuerdo en verdad!
Ella también se alegró.
_ Pero ahora debo contarle cómo es que llegué hasta aquí – dijo Canna frunciendo el ceño-. Cuando los reyes le comunicaron que debía participar en la guerra, usted aceptó que yo lo acompañara, porque puedo luchar mejor que muchos hombres y podía cuidarme sola. Además, porque era muy probable que usted no regresara y no quería dejar a su hijo y su esposa solos. Usted decidió matar a su hijo mientras dormía, para que no sufriera las consecuencias de la guerra, y lo envió, de ese modo, a los palacios del Cielo donde aguardaría por sus padres. Yo jamás me opuse a sus sabias decisiones.
“Entonces, nosotros partimos a la guerra. No pude ver qué sucedió con usted en aquel enfrentamiento, porque me secuestraron unos guardias que me golpearon y abusaron de mi – Canna no pudo evitar que se desbordaran un par de lágrimas de sus ojos-. Después de la guerra, me hicieron trabajar de prostituta todo este tiempo. Hasta que me enteré de tu existencia, porque te vi una vez-ella ya no me trataba de usted, quizás se reprimió durante las charlas anteriores, si era así como ella decía que sucedieran las cosas, debió sentir la pertinente necesidad de hablarme de este nuevo modo-. Entonces hablé con el rey Bólemar. Le conté quién era y le dije que quería verte y que haría lo que fuera. De modo que ahora estoy bajo sus servicios.
“Yo lo amo, Tr... Rélefast.
Ella se desbordó y comenzó a llorar muy fuerte. Se me acercó a gatas y lloró abrazándome por las rodillas.
Yo no sentía nada. El único dolor que crecía era por mí mismo. Pensé en matarla para que dejara de sufrir del modo radical en que lo hacía. Pero no lo hice, no tenía ganas. Me retiré haciendo una reverencia ante ella, que no sirvió de nada por que Canna ni siquiera se percató.
No sé hasta qué hora se habrá quedado llorando sola allá a fuera. Yo, por mi parte, me repuse de mi confusión por la noche. Estaba decidido a matarla al día siguiente. Comencé a odiarla. Ella había traído la confusión a mi mente y yo ni siquiera sentía pena.
Esa misma tarde, recibí noticias de Bólemar. Tenía una misión. Salí de noche junto a veinte hombres y Canna a acabar con todos los habitantes de un pequeño fuerte muy cercano. Pero las cosas se complicaron un poco y perdí a tres de mis hombres, en esa batalla. Canna también murió. No Peleaba tan bien como ella decía, además era mujer. Tuvo al menos una muerte digna, un hombre le clavó un hacha por la espalda. Entonces no hizo falta que yo la matara.

Un mes más tarde, el rey envió siete muchachas a la casa. Le pedí dos prostitutas para mi, tres para mis hombres y dos guerreras. Las guerreras eran sólo para divertirme mientras cumplía las misiones, porque desde la muerte de Canna me causaba gracia la forma en que las mujeres luchan. Siempre son tan intensas y sentimentalistas combatiendo para terminar con una espada atravesándoles el pecho o convirtiéndose en presa de necrófilos. ¡Ja! Era tan gracioso.

Durante la misión final, antes de volver a la capital del Bosque Péantir, ocurrió un grave incidente. Debía encargarme de eliminar tres casas de un pequeño poblado junto a sus habitantes, algo muy simple comparado al resto de las misiones anteriores. No fue tan fácil:
Llegamos, comenzamos a prender fuego a las casas, pero cuando estábamos por irnos descubrimos que había varios hombres armados esperándonos. Yo había ido con veinte de mis hombres, los contrincantes eran setenta, al menos. Comencé a preocuparme.
_ Soy un gran estratega, además de un gran asesino – dije a mis hombres que me miraban muy acongojados-. No tienen de qué preocuparse.
A continuación les dije que pelearan, yo me marché con tres de los mejores a “marcar mi estrategia”. Esa era la peor mentira que había dicho en mi vida, o al menos la peor que recordaba.
Yo me estaba escapando. No huía de Bólemar, simplemente huía de la muerte segura que me esperaba si permanecía en aquel lugar. Los hombres que me acompañaron durante todas las misiones no me interesaban en lo absoluto, no eran más que simples guerreros sin ninguna cualidad especial. Los tres con los que me marchaba eran los más destacados, sin embargo nada excepcional tampoco.
Comencé a pensar. Quizás Bólemar me mintió y yo no era ningún estratega ni nada por el estilo, simplemente podría haberme llenado la cabeza de ideas que fui tomando como propias, bien dijo él en una primera instancia:
_ “Escucha con atención porque jamás nadie volverá a contarte con sinceridad lo que yo. Es probable que jamás recuperes tu memoria y mi relato te será de gran ayuda.”
En realidad jamás sabré si me habló con sinceridad. Soy quien me dijo que era sólo porque sus palabras me sedujeron, creí recuperar un poco de lo perdido. Pero ahora vuelvo a poner en duda la razón de mi existir. ¿Quién soy?
Antes de poder terminar de pensar me topé con las llamas del pueblo entero ardiendo. Me había metido en la trampa que yo tracé con anterioridad sin darme cuenta ¡Qué descuidado de mi parte!
Los tres hombres que venían conmigo ardieron sin remedio hasta que sus cuerpecitos se convirtieron en cenizas. El olor a carne humana en llamas me exasperó al máximo. Atravesé los fuegos que me separaban de la salida como pude. Al salir caí por un barranco muy profundo rodando y rodando. Me sorprendió el hecho de no haberme desmayado después de tanto caer. Simplemente permanecí boca arriba contemplando unas nubes muy cargadas. No me podía mover. Comenzó a llover y luego me dormí.
Al día siguiente, cuando desperté, tuve que comenzar a caminar siguiendo un riachuelo que corría hacia el sur muy cerca del lugar que amortiguó mi caída.
Me encontraba sucio y lánguido. Tenía varias heridas abiertas que el fuego hubo ocasionado, me dolían terriblemente a pesar del alivio que la lluvia trajo.
Cuando me vi reflejado en el río, me percaté de varias heridas medio cicatrizadas en mi rostro. Lucía mucho más viejo y destruido, tenía la cara de un fracasado.
_ ¿Quien soy? – volví a preguntarme.
Comencé a sentir que desde el momento en que perdí mi memoria mi vida se detuvo. Ahora era el espectro viviente de la nada. Estaba convencido de que necesitaba recuperar mi pasado antes de continuar vagando siendo cada vez más “nada”.
No iba a volver con Bólemar, no le temía a sus amenazas ni a sus guerreros mediocres. Además sería difícil creer que seguiría con vida después de aquel incidente. Y mi rostro lucía irreconocible.
Ya no quería seguir matando. Sólo quería saber la verdad. Pero ¿Cómo? No tenía ninguna pista. Mi única pista había muerto y yo me había reído de ella mientras agonizaba. Maldición.
Suponía que debía regresar al Bosque Péantir o hacia pueblos cercanos con mucho cuidado, para averiguar con qué pueblo había luchado el Bosque Péantir ese año en el que me encontraron.
Eso mismo hice.
Fui a un poblado de la Pradera Baja del Norte. Todas las personas a las que les pregunté respondieron que el Bosque Péantir no había entrado en guerra con ningún pueblo desde hacía al menos quince años. ¡Todos me respondieron lo mismo! ¡Maldita sea!
Permanecí hospedado en un albergue de ese poblado. Allí conocí a una muchacha muy fea, Avilda era su nombre. Era muy fea de verdad, tenía el cuerpo muy robusto como el de un hombre y era muy alta, la nariz parecía colgarle fláccidamente de la cara repleta de pecas.
En fin, luego de un par de charlas, Avilda se sintió muy atraída por mi, y, un par de días después, me confesó un secreto muy excepcional:
_ Soy parte de un grupo de personas que quieren desterrar al rey Bólemar de su trono – dijo ella seriamente-. Ese trono no le pertenece. Es un rey corrupto y maneja al próspero Bosque Péantir según le conviene. Te confieso esto a ti, Rélefast, porque tú siempre hablas blasfemando al rey. Además sé que necesitas averiguar algunos asuntos acerca de él. Dentro de un par de días, nos reuniremos los miembros del Movimiento Oculto y nos infiltraremos en los archivos que permanecen guardados en castillo. Porque nosotros también necesitamos saber varias cosas. Estoy invitándote formalmente a participar de nuestro grupo.
Aquello sonaba bien. Era justo lo que necesitaba. Acepté muy cordialmente la propuesta. Estaba desesperado por encontrar lo que fuera, cualquier pista que me ayudara a encontrar lo que necesitaba. Qué extraño me resultaba que justo aquellos a los que asesiné por mucho tiempo fueran los que me ayudarían ahora. Ellos jamás sabrán que fue asi.

Bien, desde entonces ya pasaron los dos días y aquí me veo esperando a Avilda para que me llevara con los del Movimiento Oculto – estupido nombre.
Ella debe estar por llegar, de modo que dejaré de escribir aquí.




Avilda llegó pronto, justo cuando el frío estaba comenzando a entumecer los músculos de Rélefast. Le entregó un capote para que no se congelara esa noche y luego partieron. Entraron en el sótano de unos calabozos abandonada, allí se reunían los del Movimiento Oculto.
Eran unos cincuenta hombres y mujeres escondidos bajo capotes y antifaces.
_ ¿Por qué deseas unirte a nuestro grupo?- preguntó uno de ellos a Rélefast.
Él había olvidado que debía pensar una buena razón convincente, porque demasiado poco era lo que había hablado con Avilda. El Movimiento Oculto debía estar reclutando gente por montones para volverse más poderoso, de otro modo la fea jamás lo hubiera invitado a participar con tan poca información.
Ré lefast no iba a decir la verdad, tampoco tenía ganas ni tiempo de pensar demasiado una buena causa, de modo que respondió:
_ Odio a Bólemar. Su gobierno no es puro y tengo noción de que invierte dinero del pueblo en varias causas oscuras. Mi hermano fue asesinado en uno de sus calabozos de tortura que oculta en algún lugar. Debo vengar su muerte derrocando al rey.
¡Gran mentira la suya! ¡Qué descarado!
_ Está bien- dijo el hombre del antifaz-. Tienes una buena razón. Además Avilda te trajo aquí, ella es una de los miembros más confiables.
Las personas se sacaron los antifaces en conmemoración a la bienvenida de su nuevo miembro. Entregaron un poema en honor a la justicia a Rélefast y un capote como el de ellos que llevaba la insignia del Movimiento Oculto en la espalda: El eclipse lunar.
Quince personas partieron esa noche hacia la capital del Bosque Péantir. Durante el viaje, Rélefast fue conociendo mucho más sobre el grupo al que ahora pertenecía. Se enteró de que ya había varios miembros infiltrados en el castillo; por lo general eran jardineros o personal de la servidumbre, pero había alguien muy importante: el Tesorero Real.
Fue este último el que había logrado incautar parte del viejo diario del rey y varios archivos más. Ellos se dirigían a buscar eso mismo para tomar lo indispensable para la causa y luego volver a la Pradera Baja del Norte.
Llegaron al castillo de la capital disfrazados de guardias de la ciudadela. Rélefast y Avilda iban aparentando ser famosos escultores que el Tesorero Real hubo recomendado. No fue casualidad o suerte que justamente ellos dos serían los que se encontrarían cara a cara con los ansiados archivos, sino que eran los únicos que sabían leer.
Llegado el momento, Rélefast y Avilda comenzaron a analizar cuidadosamente los papeles.
_ No puede ser... – dijo Rélefast tras leer la primera parte del diario-. Aquí dice que Bólemar no es “Rey”, es un senescal.
_Así es – dijo Avilda inalterable-. Pensé que lo sabías. Eso no es importante ahora, continúa leyendo, no tenemos mucho tiempo.
Él se concentró en su tarea.





Diario de Bólemar, Senescal del Bosque Péantir

Si todo sale como lo esperamos me convertiré en el rey del Bosque Péantir después de esta misma noche. Hay mucha, demasiada gente, a la que le deberé mi vida una vez ocurrido el acontecimiento. No me interesa.
Me prometo a mi mismo no mostrarle mi mente a nadie, nunca más. Ya son demasiados los errores que he cometido desde que todo esto comenzó. [...]

[...] Por fin Rélefast nacerá, no continuará siendo sólo un proyecto enterrado bajo el firmamento. Él vendrá con la salvación de mi funesta conciencia llena de hoyos a sanarme para siempre. Él traerá la felicidad a mi vida. Mi niño, mi hijo esperado. [...]

[...] La enfermera trató de salvarlo de todas las maneras posibles pero no lo logró. ¡Mi niño ha muerto! ¡Terrible desgracia la que ha caído sobre mi y mi mujer!
Pasará mucho tiempo hasta que pueda recuperarme de tal herida. Ojalá la música que suena en el aire que me rodea me deje continuar viviendo. [...]




_ ¡Esto no está completo! ¡Parece ser muy viejo! – exclamó Rélefast enfurecido.
Lo que había leído en el diario de Bólemar lo atormentaba. Cada vez comprendía menos. Le dolía la cabeza latente, ya no quería pensar más.
_ ¡Claro que no está completo! – respondió Avilda resuelta. – Pero de todos modos va a servirnos mucho. Cuéntame qué has leído que te dejó la cara tan ceñuda.
Él no respondió.
Se fue corriendo como un ladrón con el diario consigo.
Salió del castillo, de la ciudadela y del poblado. Se alejó lo suficiente para terminar a orillas de un lago llorando muy fuerte. Blasfemó a todo lo que por su cabeza pasó en aquel momento.
Pronto la noche cayó fría como las anteriores. Rélefast ya se había calmado, ahora sólo miraba el reflejo pálido del cielo en el agua. No pensaba en nada, no quería hacerlo.
Llegó el día siguiente.
_ Su hijo está muerto – se dijo a sí mismo-, debió llamarme Rélefast porque le recordaba a él, o porque pasados los años continúa extrañándolo y esta es una forma de tenerlo cerca. No, eso no tiene sentido. El rey no es tan estúpido. ¿Por qué me engañó de aquel modo? Sé que hay mucha gente detrás de Bólemar ayudándolo para que continúe con su gobierno. Probablemente haya matado al verdadero rey, o bien a sus descendientes para que él como senescal asumiera el cargo. Además deben haber muchos papeles de por medio. No me interesa eso. Lo importante es que por alguna razón soy importante para él, era su más letal arma. El nombre que él me puso me asigna importancia, el nombre de su tan querido y esperado hijo. Yo hacía todas aquellas misiones sucias que nadie más podría haberlas llevado a cabo con el éxito que yo lo hice.
“No conozco la gente que lo ayuda... Si así fuera podría averiguar mucho más. ¿Tendré que recurrir directamente a Bólemar? ¡No! Un momento, está la Reina. Haré que hable o muera. Ese será mi plan.

Un par de días más tarde, Rélefast comenzó a espiar a la Reina durante todo un mes para poder capturarla en el momento más justo. Así lo hizo. La engañó para secuestrarla. Se internó en el bosque con ella en un lugar que había construido a modo de hogar. La tenía maniatada.
A la Reina le costó reconocerlo tras todas las marcas que los años le fueron dejando.
Él le explicó todo lo que ella debía saber y le exigió que hablara.
_ No puedo hablar, lo siento, me matarían si dijera la más mínima palabra de lo poco que sé – dijo ella gimoteando con la cara repleta de lágrimas.
_ Veo que aún no comprende la situación – continuó él, austero-. Si no habla seré yo quien la mate aquí ahora.
_ ¿Por qué? ¿Por qué? No tienes necesidad de hacer tal cosa. Piensa, nadie sabe que continúas con vida, todos te creen muerto y enterrado bajo el templo de la ciudadela. Podrías desatarme y dejarme ir, yo no diré nada. Comienza una nueva vida lejos del Bosque Péantir, lejos de Bólemar. Vete, tienes la oportunidad de escapar. ¡Hazlo! ¡Hazlo por todos los que no podemos!
Argian estaba aterrada, pero había mucha sinceridad en sus palabras. A Rélefast, como de costumbre, no le interesaba.
_ No voy a escapar a ningún lado. Ahora explíqueme por qué habla de “nosotros” cuando se refiere a los que no pueden huir. ¡Explíqueme!
_ Está bien – dijo ella que se extinguía poco a poco en lágrimas y sollozos-. Yo no soy la esposa del Rey, soy un señuelo. Él jamás ha tenido una esposa, es más, yo tengo marido. Debo permanecer un tiempo más con él para saldar la deuda de mi familia por unas tierras. Eso es todo lo que puedo decir al respecto.
_ ¡Y qué hay de las personas que lo ayudaron a que se convirtiera en rey!
_ No sé nada de eso. ¡No conozco a ninguna de las personas de las que me hablas!
_ ¡Maldita prostituta! ¿Por qué me llamó Rélefast como su hijo muerto?
_ ¡No sé nada! No sabía que tenía un hijo.
_ Dime todo lo que sepas de mi, de mi pasado, de lo que alguna vez fue mi vida.
_ Lo único que sé es que Bólemar esperaba ansiosamente que lo ayudaras. No sé de dónde saliste, no te conozco del poblado, ni de ningún lugar. Apareciste de un día para otro y el rey te inventó una vida.
Rélefast tomó a la Reina por las cuerdas que le rodeaban el cuerpo acercándola a su rostro. Gritó muy furiosamente. La Reina lloró más fuerte, el semblante se fue empalideciendo hasta que murió, el corazón se le había detenido.
Rélefast estaba muy colerizado. Tomó su daga y la apuñaló repetidamente durante diez minutos blasfemándola y dando gritos estrepitosos.







































Cerré la puerta.
Hoy fue un funesto día. Tras un mes de búsqueda por fin lograron hallar el cuerpo de la estúpida que hacía de mi esposa. Alguien la apuñaló con mucho énfasis en su tarea. Me resulta extraño, porque ella no tiene enemigos, ni siquiera amigos. Quizás fue un mensaje para mí. Bueno, eso no interesa ahora. Es tiempo de tomar un baño antes de dormir. Espero que la inútil de la criada haya preparado la tina.
Me dirigí al baño que se encontraba a unos pasos de mi cama. La tina estaba esperándome caliente, al punto justo.
Alguien cerró la puerta. La figura de un hombre se irguió ante mí. Sus ojos parecían estar llenos de sangre, la cara repleta de cicatrices, los cabellos enmarañados le caían por el semblante. ¡Casi muero del miedo!
Desenvainó una daga.
_ ¿Quieres dinero? – le pregunté al instante, lidiando con mis nervios -. Te daré lo que pidas, por favor no me hagas daño.
En el rostro de aquel hombre apareció una sonrisa maliciosa que hizo que comenzara a temblar.
_ No quiero dinero ni nada de lo que tú puedas darme – respondió el.
Su voz se me hacía familiar.
_ Soy Rélefast – dijo echándose los cabellos hacia atrás.
¡El corazón iba a salírseme del pecho! Lo reconocí a duras penas. Estaba muy distinto a como yo lo había visto por última vez.
_ Sólo quiero saber una sola cosa – continuó desquiciado-. ¿Quién era yo antes de despertar en tu castillo? ¿Quién demonios era antes de ser en lo que tú me convertiste? ¡Habla!
Merezco todo esto. No le temo a mi destino. ¡Qué estúpido! Cree que con una tonta daga puede dominarme. Fui un iluso al asustarme, es simplemente “él”.
Comencé a serenarme.
Pobre tonto, pobre, pobre tontuelo. Jamás sabrá la verdad, no tiene que saberlo. Evidentemente moriré aquí esta noche, de modo que no le revelaré nada. Él fue un estúpido campesino de las lejanías del pueblo con el cual experimenté y logré mi cometido. Eso es todo. ¡Estúpido! En este momento te condeno a vagar por el mundo hasta el día de tu muerte sin conocer la verdad. No existe manera alguna de que la conozcas, ni mucho menos la recuerdes... Los elíxires se te fueron aplicados con mucho cuidado, y los resultados fueron excelentes.
Vivirás ideando mentiras para compensar a tu frustrada mente, cuando en realidad todo se resume en un pobre campesino.
Gracias a ti, pobre tonto, estoy ganando mucho dinero, los demás reinados me adoran.
_ No diré nada – le dije, al fin-. Mátame, si quieres. Existe mucha gente que me acompaña. No nos detendrás. Si acabas conmigo no te servirá de nada, pero ¡vamos! Hazlo de una vez.
El rostro se le deformó más aún. La cólera le carcomía por dentro, ¡Qué divertido! ¡Qué muerte tan divertida que padeceré!
Aún recuerdo aquel día en que armamos todo aquel circo para que él creyera recordar parte de su pasado, eso del nacimiento de su hijo. Evidentemente no se conformó con recordar eso. Puros experimentos.
No pude evitar esbozar una sonrisa. Él me odió aún más.
_ ¡Maldito seas! ¡Maldito seas! – gritó él repetidamente hasta que se le acabó el aliento.
Acercó su daga a mi cuello creyendo que yo cambiaría de opinión, pero no, claro que no. No derrumbaría toda la sociedad que he construido todos estos largos años de un día para otro. No iba a permitir que mi amada se quedara sin nada de todo lo que le prometí. Quizás mi hijo nunca vuelva en cuerpo y alma, pero mis experimentos sirvieron de mucho, yo lo sé.
Finalmente, le sonreí al pobre estúpido que me continuaba amenazando, en señal de que no le temía.
Él me apuñaló vilmente.
Con un último hálito le dije:
_ No debí llamarte Rélefast.
Para ese entonces ya estaba muerto.

Tres Obejitas - "Francis y su Puta"


FRANCIS Y SU PUTA

No existe muchacha tan bella como ella, juro que moriría si no puedo volver a ver, al me nos una vez más, la forma en que se mecen las comisuras de sus labios mientras pronuncia palabras obscenas – dijo Francis a sus dos amigos.
Francis tenía trece años en lo que comúnmente llamamos vida, más tres años en lo que sólo algunos llamamos agonía.
_ Quiero oír la historia desde el comienzo una vez más, Francis- dijo Camilo, el mayor de los amigos-. Es que realmente no puedo comprender cómo terminaste enamorándote de una prostituta.
Francis accedió tras suspirar como cualquier tonto enamorado lo haría:
_ Bien, cuando cumplí quince años, todos en mi familia esperaban de mí mucho más de lo que fui capaz de dar. Decepcioné a mis padres y a mis tres hermanos mayores el día que decidí no volver al colegio. Desde ese momento, ninguno de ellos volvió a hablarme durante mucho tiempo. No contaba con ustedes ni con ningún otro amigo, de modo que me sentía más solo que un esquizofrénico. No soporté mucho más que una semana en mi casa, junté un par de pesos y me marché dispuesto a encontrar otra familia, otra casa, otra vida.
Caminé por la ciudad precisamente hacia los lugares que jamás había ido o no tuve la oportunidad de conocer. No sabía dónde estaba. Ya era de noche y los putos me acosaban en cada esquine. Necesitaba un lugar urgente donde pasar la noche.
Se me ocurrió comprar una caja de vino barato y entregársela a algún vagabundo a cambio de un pequeño lugar en su rincón de suburbio. Pero en cuanto comencé a imaginar aquello, vi algo insignificante ante ojos ajenos de mi colección de sentimientos que esperaban la catarsis hace tiempo.
Un hombre salía de una casa vieja del estilo colonial. Aquel hombre era tosco y de rostro muy austero, sus ojos irradiaban luz por doquier y el cuerpo, aunque aparentemente fuerte, lucía lánguido.
Se sentó a mi lado dispuesto a hablar. Yo no tenía interés en oírlo, lo único que me importaba era descansar aquella noche.
_ Quizás no lo comprendas – dijo el hombre -, pero te diré que he pasado los últimos veinte años de mi vida enamorado de una prostituta.
Me limité a mirarlo de soslayo desvalorizando sus palabras. Pero hubo algo muy en el fondo que me retenía, sentí ganas de quedarme a escuchar un poco más de aquel relato.
El hombre pareció leer mis más profundos pensamientos y continuó:
_ Tuve una amiga – dijo, mientras perdía la mirada entre el viento -. Mi amiga era la mejor de todas las amigas que pude tener. Era perfecta... y le gustaba bailar música celta. Ella jamás me habló, no conozco su voz, pero estay seguro de que su sola presencia emanaba música.
“Un mal día, se acercó a mí con los ojos brillantes y se despidió. Aunque no me dijo nada, yo comprendí que se marchaba para siempre. Le leí los ojos y supe que se convertiría en prostituta. No soporté mucho tiempo sin oír su profundo silencio y corrí a buscarla por todos los prostíbulos preguntando por una hermosa joven muda. Pero no fue nada fácil, ya que las prostitutas casi no hablan, y menos conpersonas sin dinero...
“Pasé cinco años buscándola sin descanso, hasta que creí que moriría. Decidí subir a la terraza del edificio en el que vivía y me lancé. Pasé dos años en coma y... bueno niñito, lo que importa es que volví a buscar a mi amiga sin nombre. Hoy se cumplen veinte años y aún no la encuentro.
El hombre se puso de pie y se marchó perdiéndose bajo el follaje de árboles oscuros.
Yo, por mi parte, no permanecí mucho más tiempo en aquel lugar, de modo que también me fui. Comencé a pensar de repente en aquel relato que había sido capaz de quitarme el sueño. Y de súbito, comencé a imaginarme cómo sería la vida de una prostituta ¿Serían tan hermosas y majestuosas como la amiga del hombre? Él la describió como un poeta describiría a su musa, como un rey a su reina, como a una diosa élfica.
Pero todas las prostitutas que yo había visto eran mujeres grotescas sin ninguna gracia, y algunas casi repugnantes. Siempre tenían un elixir horrendo como perfume, algo así como la mezcla de alcohol barato en conjunto con finísimas colonias masculinas y el repugnante olor del sexo impregnado en los vestigios de un sudor pegado en la piel.
En ese momento, vi una de esas prostitutas parada en el umbral de una casona. Me sentía terriblemente curioso mientras la contemplaba sumido, ella se percató rápidamente y atinó a llamarme con un meneo de caderas muy peculiar. Me pregunté si aquello había sido esplendoroso o terriblemente grotesco. Me estaba confundiendo a mi mismo de tal modo que no distinguía la realidad, mi realidad.
Finalmente, atravesé la calle que me separaba de la prostituta y me erguí muy tiesamente frente a su figura sacando casi instantáneamente mi escaso dinero del bolsillo trasero de mi pantalón. Más o menos conocía cómo funcionaba el negocio, y estaba seguro que con el dinero que yo traía podría escoger la muchacha que yo quisiera.
_ Muéstreme mis opciones, quiero ver todas las mujeres disponibles – dije, con el bollo de dinero en la mano.
La mujer me condujo por un pasillo hacia un salón en penumbras apenas iluminado por una lámpara muy roja que esparcía su color en toda la pared. Había barios sillones repletos de mujeres y muchachas (aunque algunas parecían engendros de ellas). Comencé a mirarlas una a una a los ojos, la mayoría lucía muy cansadas y taciturnas, pero no las miré profundamente para concentrarme en la delgada figura que miraba por una ventana clausurada. No le veía el rostro, pero sí divisé a duras penas – por causa de la iluminación – un cabello muy abundante color ocre como si me hubiese encontrado cara a cara con el otoño. Una manta celeste la cubría.
Me acerqué a ella mientras oía la voz de la prostituta que me había conducido hasta allí, diciéndome:
_ Ella se llama Denilla.
La muchacha se dio vuelta y se encontró con mi rostro de niño perdido en Estados Unidos. Tenía ojos pequeños y apagados, una nariz también muy pequeña y una boca grande y rosa que desentonaba ante mis ojos. Ella era perfecta, quizás la más fea de todas ante los ojos de cualquiera.
Tomó mi mano esbozando una sonrisa que la hacía parecer adorable. Me condujo a una habitación muy alejada y Dinila se enamoró de mi tanto como yo de ella... yo lo sé. Mientras ella me amaba, oí que alguien pronunciaba palabras obcenas, pero no puedo asegurar que fue ella, sin embargo pude imaginar claramente cómo movía sus labios.
Esa noche cambió toda mi vida. Desde ese momento todo lo que parecía repugnante se transformó en la fragancia más deliciosa, como si una flor marchita por los años volviera a sus mejores días de esplendor de repente. Denilla podría ser la muchacha más fea ante ustedes, amigos míos, mas sin embargo para mí la más bella de todas.
Ahora bien, ya han pasado tres años desde que la vi por primera vez contemplando la ventana clausurada esperando mi llegada.
_ Yo creo que haz enloquecido, Francis – dijo Camilo, riendo a carcajadas -. Pero no tengo tiempo para reprocharte nada, es tarde y debo volver a casa.
Se puso de pie y se marchó.
Pero aún Eugenio – el otro amigo- se encontraba allí.
_ No juzgaré si estás loco o no – dijo preocupado -, pero creo que deberías pensar si realmente vale la pena haberte convertido en un ladrón sólo para poder ver a tu Denilla todas las noches... Adiós, Francis, yo también debo ir a casa.
Pero Francis ni siquiera meditó un segundo las palabras de Eugenio. Miró la hora, eran las 11 pm. Se colocó su bolsito artesanal cerciorándose de tener dinero dentro. Entonces, se marchó al prostíbulo que se había convertido en su hogar y familia.
La prostituta que siempre se encontraba como señuelo parada en el pórtico le sonrió al verlo llegar.
_ ¡Bienvenido, Francis! Como todas las noches – dijo alboroza -. Vamos y entra. Denilla está esperándote en la habitación de siempre.
Francis la saludó cordialmente y se adentró en la casa naturalmente. Denilla efectivamente estaba esperándolo. Él dejó el dinero a un lado y se acostó con ella, una vez más.
Más tarde, él habló:
_ Me llamo Francis.
Ella lo miró, pero no dijo nada.
_ Y estoy enamorado de vos – continuó. Y ella esbozó una sonrisa -. Sé que vos de mi, lo sé... Me dijeron que te llamas Denilla, pero quería que vos me contaras algo más acerca sobre quién sos – Él hablaba con una voz tan suave que se confundía con el soplido del viento.
Ella movió la cabeza negando la petición.
_ Pro favor – insistió Francis -, eso me haría muy feliz.
Ella volvió a negar.
_ Por favor, por favor. Si quieres más dinero te lo daré, sólo quiero oírte.
Denilla se impacientó, recogió una tiza del cajón y escribió algo en la pared. Luego acercó una lámpara para que Francis pudiera leer. Decía: Soy muda.

Dos Obejitas - "Ni Ella, Ni Él"


"Ni Ella, Ni Él"


Noche oscura de tormenta
Sólo queda otra botella
Desesperas
Bebes soledad

Él cree que ella
Se oculta en la misma ladera
En la que su quietud
Se instaló hace tiempo
En el monte de los manantiales
En que el agua
Es el más preciado tesoro

Él cree que ella
Baila la misma danza
que las mariposas en el mar
cuando el cielo se viste
aún mas índigo que sus ojos,
y los vientos saben
más inofensivos
y tranquilos
que sus labios.

Él cree que ella
Tiene los cabellos del ocaso
Que cuando el viento
los sopla violentamente
emanan una música
que llegan sólo a oídos
dispuestos a amar
el taciturno crepúsculo imperecedero
desesperarás.

Él cree que ella
Hace sonar estridentes violines
Y transforma el mismísimo ruido en ave.

Él cree que ella
Estaría dispuesta
A congelar el tiempo
Que los años consuman en él
Como las hojas del otoño,
Sólo bastaría
Con que ella lo quisiera
Tanto como ama el sueño eterno
En el que caen los sauces del lago.

Él cree que ella
Es amiga de la muerte
Y esposa de la vida
Por eso es tan simple verla caer
En la misma amargura
De vivir cada día,
Y al mismo tiempo
Se torna muy difícil
Verla llorar
Lágrimas que no se mojan
Que el dolor que él siente
Absorben instantáneamente.
Celado por el sol.

Él sabe que ella
Soltó la mano de la vida
Y corrió ciega tras la muerte,
Que se aferró a ella fuerte
Y que lloró
En el mismo instante
En que el cielo veló su partida
Todos se lamentaron
Él se lamentó más que nadie,
Por no haber podido
Siquiera hablar con ella
Una sola vez,
Por no haber podido
Sentido de algún modo
La seda tornasolada
Por las luces de la noche
De su vestido
Que el viento azul volaba
Casi frenético.
Por no haber podido
Consolarla jamás
De ninguna manera.
Por no haber podido
Tocarle apenas
El entumecido corazón
Para retener su alma.
Por no haber podido…
Tantas cosas.

Ella sabía
De la existencia de él.
Lo reconocía
A modo de una presencia maravillosa
Que de alguna forma
Escapaba de la oscuridad
Y que no tocaba jamás la luz.

Ella sabía
Que él se había enamorado
De cada palabra
De cada acción
De cada expresión.
Porque con la luz de una noche velada
Logró ver sus ojos iluminados
Opacos por el dolor de una agonía
Y contempló pacientemente en ellos
Sentimientos rebosantes,
En ese segundo descubrió la realidad.

Ella sabía
Que nadie la quería
Que siempre fue una sombra
Que siempre fue tristeza,
Temor y arrepentimiento,
Todo al mismo tiempo
Jugando
Dentro de una misma alma.
Desesperó.

Ella bien sabía
Cómo él la veía
Muy distinto a la realidad
Y mucho más alejado de la fantasía,
Estrechamente ligado a la ilusión.

Ella no volvió a buscar
Los ojos de él
En la oscuridad nunca más.
Pareciera desinteresada
Pero de absolutamente todo.

Ella tomó
La última bocanada de aire
Que este mundo le obsequiaría.
Luego llevó
Esa daga de plata
Hacia su vientre,
Y allí mismo pereció,
En el bosque del olvido
Donde miles de criaturas
Con las
mismas características
Abandonaron su cuerpo.

Pero ni él
Ni ella sabían
Que nada de eso era cierto
Ni la belleza
Ni la simpleza de las cosas,
Ella no era real ante él
Ni viceversa.
Ni una sombra
Ni una musa,
Sólo un par de almas
Castigadas por el largo viaje
En un mismo colectivo,
Castigadas por el clamor
De la pesadilla realidad
Que nunca nos deja dormir.

sábado, 10 de mayo de 2008

Una Obejita - Muriel


Muriel


Ella se empeña en llamarme, todo el tiempo sin descanso. Aunque por momentos parezca que el clamor de aquella voz merodeadora de suburbios desaparezca, es sólo mi mente queriendo modificar la abrumadora y zozobrante realidad que me persigue a diario, queriendo persuadirme a que de una vez por todas me resigne a perderme a mí misma.

No es la única voz que oigo, más sí realmente la única que me interesa, quizás porque me echó de mi misma más de una vez. No es difícil de comprender, simplemente me veo obligada a abandonarme un tiempo como si una madre dejara a su niño en la casa de la abuela un fin de semana, aunque, por supuesto, mi caso es mucho más profundo e interesante. Se podría explicar del siguiente modo:

Profunda tranquilidad en mí, como ese silencio pasivo que precede la tormenta. De súbito, todo cambia y se torna agresivo a perverso, me escapo de la calma para adentrarme en los páramos de la vehemencia. Allí todo es oscuro e imperecedero, todo menos una puerta blanca confeccionada en una madera finísima deteriorada por el tiempo. Yo puedo oír claramente sollozos y clamores terribles tras la puerta. Pareciera ser gente, como personas ansiosas por ingresar a la inmensidad infinita en la cual yo me encontraba. Claro está que había, y hay, un lugar para uno solo, y cada uno de ellos esperan atravesar la puerta para sacarme, más nadie lo logró, nadie excepto una... Yo que siempre tranquila me encontraba en mi propia inmensidad, de repente sentí, como si me estrujaran el corazón, que la pálida puerta se abría, fue entonces cuando mis ojos vieron una fila interminable de personas con rostros de sombra. La primera dio un estrepitoso paso adentrándose en mi espacio. Me estremecí mientras la puerta se cerró, y la persona y yo quedamos dentro. Su rostro dejó de ser una sombra intermitente, pude verla claramente, se trataba de una joven, que al juzgar por su apariencia no tenía más de diecisiete años.
En una primera instancia, no me habló, sólo esbozaba palabras que se perdían en un mismo hálito de vacío. Sin embargo, la expresión de su rostro y el veneno de su mirada lo decían todo. Había venido a ocupar mi cuerpo. La miré muy fijamente y la llamé Muriel, porque me recordaba mucho a un personaje de una película de enfermos mentales que llevaba ese nombre. Porque, en realidad, ella nunca me dijo su nombre, y yo nunca lo pregunté – si bien es cierto-.
Desde ese momento, desde el instante en que ella esbozó una sonrisa – común ante cualquiera, aunque malévola para mí – en el umbral de la puerta, allí me di cuenta que jamás volvería a estar sola. Y cuando llegué a esa conclusión, me condené a mí misma a convivir día a día con aquel pensamiento.
Tiempo más tarde, ella comenzó a observar todo lo que yo hacía: con qué personas me frecuentaba más comúnmente, a qué lugares acostumbraba ir, cómo solía expresarme, etc. Ella siempre estaba presente en todo lo que yo hacía y nadie podía verla. Yo era la única que se sentía observada, incómoda, invadida...


Con el tiempo, me fui acostumbrando a su presencia, era como la sombra que nos acompaña desde el momento en que nacemos mientras la luz vela nuestros ojos por primera vez y para siempre.
Si bien su presencia me alteraba, ya se había tornado una costumbre. Pasé a amoldarme a lo que vivía penosamente.
Nuevamente la ruptura del esquema de paz. Muriel esperó a que estuviera sola para acercarse. Me miraba demasiado fijamente para mi gusto, su mirada era tan fuerte y penetrante que me traspasaba, a mí, a los objetos materiales, a la dimensión. Pero a pesar del miedo que sentía por su repentino acercamiento, en algún lugar de mí, estaba muy segura de que no me ocasionaría ningún daño, al menos intencional. Aunque tal vez me equivoqué.
Sus labios se movieron, ella había hablado. Yo no había escuchado lo que me dijo, no logré entender por causa de los nervios. Pero volvió a hablar. Me dijo, con una voz muy dulce, que quería ser la dueña de mis reinos por un tiempo, y también me aclaró que no estaba pidiéndome nada, tan sólo se limitaba a comentarme lo que haría.
Ella me daba lástima, se pasaba la mayor parte del tiempo llorando en rincones, siempre al alcance de mi vista. No terminaba de comprender con claridad lo que quería – a pesar de que ella misma me lo había dicho-.
Un mal día, desperté como siempre, pero más tarde comencé a llorar hasta perder la noción del tiempo. Mis lágrimas caían pálidas e insulsas, sin el sabor especial que le da el sentido. Porque precisamente eso era lo que yo hacía: Llorar sin sentido. Sin embargo, a pesar de no tener razones, podía sentir un terrible dolor que entumecía mi alma y no me permitía pensar en nada más, como si divagara en mi conciencia de un lado a otro.
Me miré al espejo y no era yo, me estaba comportando como Muriel, estaba siendo ella. No comprendí cómo ocurrió, pero de algún modo ella había logrado su cometido. De repente presencié cómo ella se adueñaba de mis reinos y ahora yo era la sombra melancólica que merodeaba sin sentido. Mi cuerpo le pertenecía. Jamás sabré qué o quién es ella ni cómo diablos sucedió que se apoderó de mí. Apenas si yo podía contemplarme sufriendo y llorando sin saber por qué.


Hubo un momento en particular me el que me petrifiqué al contemplarme dañándome a mí misma. Muriel lo hacía. Yo sólo podía observarme desde la penumbra, y mi cuerpo le obedecía como una sombra.
Su propósito era acabar con mi vida, la vida que ella me había robado, y no comprendí en lo absoluto ¿Por qué alguien querría apoderarse de mi cuerpo para luego intentar corromperlo a sí mismo conduciéndolo al suicidio?
Exacto. El episodio que llamó tanto mi atención fue ese, me observaba con un cortaplumas y sentía que las venas de mi muñeca cobraban mayor volumen a medida que la sangre galopaba duro. El timbre de mi casa sonó, no había nadie y me veía en la obligación de atender al llamado. Muriel se espantó y lloró en un rincón – nuevamente-, volví a ser yo.
Una de mis amigas me había venido a visitar pero cuando se marchó, sentí cómo Muriel me expulsaba otra vez. Siempre sucedía lo mismo: cada vez que me encontraba sola, ella era la dueña de mi ser, y, por lo tanto, hacía de mi cuerpo su esclavo.
Llegó un momento en que la situación me colapsó, me cansé de la habitación de mi alma y de la jugarreta a la cual me sometí involuntariamente, y me decidí a defender mi territorio de cualquier modo evitando que Muriel lo tomase. Y funcionó. Se fue, aunque algo me decía que no por mucho tiempo.

Yo había continuado con mi vida comúnmente y pasaron cinco meses completos desde aquel octubre antes de que volviera a verla. Me encontraba con un amigo cuando la vi regresar. Y me habló, con la misma dulce voz de la primera vez. Ya no podía concentrarme en lo que m amigo me decía. Muriel me quería fuera de nuevo, pero yo no estaba dispuesta a ceder tan fácilmente. No volvería a convertirme en mi polo opuesto, ya que yo siempre me encontraba risueña, casi feliz, sin ningún problema aparente que me abrumara. En cambio, Muriel siempre lloraba y hasta la dulzura y profundidad de su voz era melancolía. Ella amaba la soledad absoluta, ausencia de sonidos, personas, imágenes, presencias... Ella era un gran vacío.
Pero, a pesar de mi resistencia, ella continuaba insistiendo, y mantuvimos varias charlas acerca de cómo eran las cosas, pero realmente no recuerdo con exactitud qué fue lo que dije ni qué me respondió.
Él, mi amigo, fue el único que la conoció encarnada en mi cuerpo, aunque haya sido sólo un instante que probablemente no recuerda.


Después de mucho tiempo de disputas entre las dos, llegamos a un común acuerdo: nos fusionaríamos, intentaríamos ser una, o al menos darnos momentos para cada una.
Hoy, el acuerdo continúa vigente, aunque ella suele ausentarse por largo tiempo, y mi poder en mí es casi total. Pero siempre estoy esperando oír de nuevo la tierna voz, y sentir su puñal helado en mi espalda anunciando mi destierro eterno.