lunes, 12 de mayo de 2008

Tres Obejitas - "Francis y su Puta"


FRANCIS Y SU PUTA

No existe muchacha tan bella como ella, juro que moriría si no puedo volver a ver, al me nos una vez más, la forma en que se mecen las comisuras de sus labios mientras pronuncia palabras obscenas – dijo Francis a sus dos amigos.
Francis tenía trece años en lo que comúnmente llamamos vida, más tres años en lo que sólo algunos llamamos agonía.
_ Quiero oír la historia desde el comienzo una vez más, Francis- dijo Camilo, el mayor de los amigos-. Es que realmente no puedo comprender cómo terminaste enamorándote de una prostituta.
Francis accedió tras suspirar como cualquier tonto enamorado lo haría:
_ Bien, cuando cumplí quince años, todos en mi familia esperaban de mí mucho más de lo que fui capaz de dar. Decepcioné a mis padres y a mis tres hermanos mayores el día que decidí no volver al colegio. Desde ese momento, ninguno de ellos volvió a hablarme durante mucho tiempo. No contaba con ustedes ni con ningún otro amigo, de modo que me sentía más solo que un esquizofrénico. No soporté mucho más que una semana en mi casa, junté un par de pesos y me marché dispuesto a encontrar otra familia, otra casa, otra vida.
Caminé por la ciudad precisamente hacia los lugares que jamás había ido o no tuve la oportunidad de conocer. No sabía dónde estaba. Ya era de noche y los putos me acosaban en cada esquine. Necesitaba un lugar urgente donde pasar la noche.
Se me ocurrió comprar una caja de vino barato y entregársela a algún vagabundo a cambio de un pequeño lugar en su rincón de suburbio. Pero en cuanto comencé a imaginar aquello, vi algo insignificante ante ojos ajenos de mi colección de sentimientos que esperaban la catarsis hace tiempo.
Un hombre salía de una casa vieja del estilo colonial. Aquel hombre era tosco y de rostro muy austero, sus ojos irradiaban luz por doquier y el cuerpo, aunque aparentemente fuerte, lucía lánguido.
Se sentó a mi lado dispuesto a hablar. Yo no tenía interés en oírlo, lo único que me importaba era descansar aquella noche.
_ Quizás no lo comprendas – dijo el hombre -, pero te diré que he pasado los últimos veinte años de mi vida enamorado de una prostituta.
Me limité a mirarlo de soslayo desvalorizando sus palabras. Pero hubo algo muy en el fondo que me retenía, sentí ganas de quedarme a escuchar un poco más de aquel relato.
El hombre pareció leer mis más profundos pensamientos y continuó:
_ Tuve una amiga – dijo, mientras perdía la mirada entre el viento -. Mi amiga era la mejor de todas las amigas que pude tener. Era perfecta... y le gustaba bailar música celta. Ella jamás me habló, no conozco su voz, pero estay seguro de que su sola presencia emanaba música.
“Un mal día, se acercó a mí con los ojos brillantes y se despidió. Aunque no me dijo nada, yo comprendí que se marchaba para siempre. Le leí los ojos y supe que se convertiría en prostituta. No soporté mucho tiempo sin oír su profundo silencio y corrí a buscarla por todos los prostíbulos preguntando por una hermosa joven muda. Pero no fue nada fácil, ya que las prostitutas casi no hablan, y menos conpersonas sin dinero...
“Pasé cinco años buscándola sin descanso, hasta que creí que moriría. Decidí subir a la terraza del edificio en el que vivía y me lancé. Pasé dos años en coma y... bueno niñito, lo que importa es que volví a buscar a mi amiga sin nombre. Hoy se cumplen veinte años y aún no la encuentro.
El hombre se puso de pie y se marchó perdiéndose bajo el follaje de árboles oscuros.
Yo, por mi parte, no permanecí mucho más tiempo en aquel lugar, de modo que también me fui. Comencé a pensar de repente en aquel relato que había sido capaz de quitarme el sueño. Y de súbito, comencé a imaginarme cómo sería la vida de una prostituta ¿Serían tan hermosas y majestuosas como la amiga del hombre? Él la describió como un poeta describiría a su musa, como un rey a su reina, como a una diosa élfica.
Pero todas las prostitutas que yo había visto eran mujeres grotescas sin ninguna gracia, y algunas casi repugnantes. Siempre tenían un elixir horrendo como perfume, algo así como la mezcla de alcohol barato en conjunto con finísimas colonias masculinas y el repugnante olor del sexo impregnado en los vestigios de un sudor pegado en la piel.
En ese momento, vi una de esas prostitutas parada en el umbral de una casona. Me sentía terriblemente curioso mientras la contemplaba sumido, ella se percató rápidamente y atinó a llamarme con un meneo de caderas muy peculiar. Me pregunté si aquello había sido esplendoroso o terriblemente grotesco. Me estaba confundiendo a mi mismo de tal modo que no distinguía la realidad, mi realidad.
Finalmente, atravesé la calle que me separaba de la prostituta y me erguí muy tiesamente frente a su figura sacando casi instantáneamente mi escaso dinero del bolsillo trasero de mi pantalón. Más o menos conocía cómo funcionaba el negocio, y estaba seguro que con el dinero que yo traía podría escoger la muchacha que yo quisiera.
_ Muéstreme mis opciones, quiero ver todas las mujeres disponibles – dije, con el bollo de dinero en la mano.
La mujer me condujo por un pasillo hacia un salón en penumbras apenas iluminado por una lámpara muy roja que esparcía su color en toda la pared. Había barios sillones repletos de mujeres y muchachas (aunque algunas parecían engendros de ellas). Comencé a mirarlas una a una a los ojos, la mayoría lucía muy cansadas y taciturnas, pero no las miré profundamente para concentrarme en la delgada figura que miraba por una ventana clausurada. No le veía el rostro, pero sí divisé a duras penas – por causa de la iluminación – un cabello muy abundante color ocre como si me hubiese encontrado cara a cara con el otoño. Una manta celeste la cubría.
Me acerqué a ella mientras oía la voz de la prostituta que me había conducido hasta allí, diciéndome:
_ Ella se llama Denilla.
La muchacha se dio vuelta y se encontró con mi rostro de niño perdido en Estados Unidos. Tenía ojos pequeños y apagados, una nariz también muy pequeña y una boca grande y rosa que desentonaba ante mis ojos. Ella era perfecta, quizás la más fea de todas ante los ojos de cualquiera.
Tomó mi mano esbozando una sonrisa que la hacía parecer adorable. Me condujo a una habitación muy alejada y Dinila se enamoró de mi tanto como yo de ella... yo lo sé. Mientras ella me amaba, oí que alguien pronunciaba palabras obcenas, pero no puedo asegurar que fue ella, sin embargo pude imaginar claramente cómo movía sus labios.
Esa noche cambió toda mi vida. Desde ese momento todo lo que parecía repugnante se transformó en la fragancia más deliciosa, como si una flor marchita por los años volviera a sus mejores días de esplendor de repente. Denilla podría ser la muchacha más fea ante ustedes, amigos míos, mas sin embargo para mí la más bella de todas.
Ahora bien, ya han pasado tres años desde que la vi por primera vez contemplando la ventana clausurada esperando mi llegada.
_ Yo creo que haz enloquecido, Francis – dijo Camilo, riendo a carcajadas -. Pero no tengo tiempo para reprocharte nada, es tarde y debo volver a casa.
Se puso de pie y se marchó.
Pero aún Eugenio – el otro amigo- se encontraba allí.
_ No juzgaré si estás loco o no – dijo preocupado -, pero creo que deberías pensar si realmente vale la pena haberte convertido en un ladrón sólo para poder ver a tu Denilla todas las noches... Adiós, Francis, yo también debo ir a casa.
Pero Francis ni siquiera meditó un segundo las palabras de Eugenio. Miró la hora, eran las 11 pm. Se colocó su bolsito artesanal cerciorándose de tener dinero dentro. Entonces, se marchó al prostíbulo que se había convertido en su hogar y familia.
La prostituta que siempre se encontraba como señuelo parada en el pórtico le sonrió al verlo llegar.
_ ¡Bienvenido, Francis! Como todas las noches – dijo alboroza -. Vamos y entra. Denilla está esperándote en la habitación de siempre.
Francis la saludó cordialmente y se adentró en la casa naturalmente. Denilla efectivamente estaba esperándolo. Él dejó el dinero a un lado y se acostó con ella, una vez más.
Más tarde, él habló:
_ Me llamo Francis.
Ella lo miró, pero no dijo nada.
_ Y estoy enamorado de vos – continuó. Y ella esbozó una sonrisa -. Sé que vos de mi, lo sé... Me dijeron que te llamas Denilla, pero quería que vos me contaras algo más acerca sobre quién sos – Él hablaba con una voz tan suave que se confundía con el soplido del viento.
Ella movió la cabeza negando la petición.
_ Pro favor – insistió Francis -, eso me haría muy feliz.
Ella volvió a negar.
_ Por favor, por favor. Si quieres más dinero te lo daré, sólo quiero oírte.
Denilla se impacientó, recogió una tiza del cajón y escribió algo en la pared. Luego acercó una lámpara para que Francis pudiera leer. Decía: Soy muda.

No hay comentarios: